"En este
mundo que habitamos, todo está sujeto a
cambios continuos e inevitables”
Jean-Baptiste
Lamarck
Son los primeros días de
primavera en la isla, pero aún falta mucho para que llegue el tiempo cálido.
Son esos días en que la luz permanece envuelta en una bruma constante que no
retrocede ni siquiera a mediodía y hace que todo luzca descolorido y opaco. El amanecer está cerca, pero el cielo está cargado de
nubarrones y desde la boca del acantilado trepa una niebla espesa que rodea los
riscos y los monolitos del antiguo templo de los hombres. En las praderas
cercanas, innumerables siluetas grises duermen acurrucadas unas contra otras
bajo la tormenta.
Mientras nos preparamos para
salir, la lluvia arremete con furia contra el domo de piedra. Falta todavía una
hora para el alba y el frío se nos instala como una aguja en el espinazo. Mis hermanos estiran las patas y bostezan con
sus hocicos envueltos en vapor, pero sus miradas están despabiladas y brillan
como brasas en la penumbra del canil.
Schnauze es el más chico de la manada, y es también el más perezoso, permanece
con los ojos entornados y nos observa desde su rincón hecho un ovillo. Su
postura parece decirnos que no le importan nuestros asuntos y obligaciones, y
que preferiría quedarse durmiendo cómodamente al reparo de la intemperie. Pero
Schnauze ya no es un cachorro y sus hermanas mayores se lo recuerdan de manera
brusca. El ladrido seco rebota en las paredes y se amplifica en nuestros oídos.
Son tiempos difíciles y necesitamos que todos los miembros se esfuercen al
máximo. Uno a uno salimos y nos sentamos bajo la lluvia. El joven agacha la
cabeza y sale también, con andar cansino, luego se sienta a mi lado en la
oscuridad, a la espera de instrucciones.
En total somos siete. Una
familia joven pero diezmada a fin de cuentas. Árbol, nuestro padre y líder, nos
ha contado que en tiempos de gloria, cuando el gran Bismark regía estas remotas
tierras, las ovejas estaban libres de mutaciones y se contaban por miles, y las
jaurías de pastores formaban una sola familia de cientos. Pero eso no lo
habíamos visto nosotros, ni siquiera lo habían visto nuestros abuelos, lo de Bismark
era quizás, una leyenda entre muchas, trasmitida de padres a hijos en las noches
oscuras para que la vida en la isla no pareciera tan mala. Árbol siempre nos
cuenta estas historias, y cada vez que lo hace lo escuchamos con atención, pero
a diferencia de mis hermanos, yo no creo en ellas. Al menos no con el corazón.
Creo que mucho daño hemos sufrido ya como para permitirnos depositar esperanzas
en estas fantasías.
Kreischen y Niebla se ubican a
mi derecha, mis hermanas menores. Nuestro orgullo y esperanza. Kreischen es
flaca y de aspecto enclenque, pero su delgadez resulta engañosa ya que posee
una ferocidad inusual para su tamaño. De carácter explosivo, es propensa a
perder los estribos y confrontar ante la menor señal de amenaza, lo que nos ha
acarreado más de un problema. Por otro, lado, a la hora del combate, siempre me
he alegrado de tenerla a mi lado. En cambio Niebla parece tallada en otra
madera. A pesar de pertenecer a la misma camada, su contextura robusta la hace
parecer mayor a su hermana. Su pelaje es oscuro y sedoso y se torna dorado hacia
el hocico y la punta de las patas, lo que le da un aspecto llamativo. Niebla
posee el temperamento opuesto a Kreischen, ella es fría y racional, de pocas
palabras. Niebla siempre mira a los ojos, y parece atravesarte cuando lo hace.
Desde el principio ha sido la favorita de Árbol, sin ocultamientos ni malicia,
simplemente es algo que todos tenemos presente.
Luego quedamos nosotros tres:
Marzo, Gespenst y yo, Hahn, los jóvenes pastores
del perímetro Norte; los tres machos más robustos en toda la isla.
Árbol nos contempla a todos
desde sus ojos severos, parece medirnos uno a uno y sopesar el éxito o el
fracaso de la arriada. No necesita explicarnos el trabajo, ni los peligros que
implica. Ya todos hemos aprendido sus lecciones y hemos sufrido sus castigos.
Sin embargo, esta arriada será la primera para el pequeño Schnauze. Confío en
que mantenga los ojos y las orejas abiertas y no meta la pata, por su propio
bien. Gespenst, mi hermano de camada, adivina mis pensamientos y me muestra los
dientes en señal amistosa. Sus ojos dorados parecen sonreír. No te preocupes me dicen sus ojos. Schnauze lo hará bien.
El ladrido de Árbol nos pone
alerta, es un sonido corto y seco. La señal de largada. Como si estuviéramos
sujetos a un resorte invisible, nos ponemos en movimiento. Bajamos la colina al
trote, a un ritmo parejo y sin perder la formación. Kreischen y Niebla
comienzan a ladrar órdenes a la masa confusa de animales, que enseguida
despierta y se incorpora con ojos asustados. Son cuatrocientas ovejas y deben
llegar sanas y salvas al extremo sur de la isla, según los parámetros de Árbol,
a trescientos cincuenta meilen
contando desde aquí. Yo no sé mucho de mediciones, pero me basta saber que con
suerte, nos llevará entre cuatro y cinco días, está claro que no se trata de un
mapa imaginario y que tampoco se trata de un recorrido en línea recta. Salvo el pobre Schnauze, el
resto de nosotros entiende lo que realmente implica. La Maquinaria Gänsenhaut nos espera en el predio Sur. Y es una
presencia a la que todos tememos. Sin embargo, procuramos no pensar demasiado
en eso. Tenemos un trabajo que hacer y nos consumirá todo nuestro tiempo y
energía.
Rápidamente rodeamos al montón
informe y ocupamos nuestros lugares estratégicos, luego, a la señal de Árbol, comenzamos
nuestra faena. Esta primera etapa, es ardua pero no demasiado complicada,
consiste en agrupar a las ovejas en una formación lo más compacta posible y
hacerla avanzar en una dirección determinada. Una vez que se consigue hacer
marchar al grupo como si fuera un solo individuo, lo demás funciona casi por
inercia. Tal vez se deba a nuestra naturaleza, siglos y siglos haciendo algo
para lo que casi no necesitamos entrenamiento, como si lo aprendido por
nuestros antepasados se hubiera ido perfeccionando en nuestra memoria genética
hasta quedar plasmado para siempre. Lo cierto es que aquí estamos, una vez más,
haciendo lo que nuestra sangre nos pide que hagamos, y procurando hacerlo bien
para no contrariar a la Maquinaria Gänsenhaut.
Con cierta
dificultad, subimos por la colina y
enfilamos hacia el camino de piedra dándole la espalda al mar. La lluvia golpea
contra nuestros pelajes y el de las ovejas, nos empapa, pero no detenemos
nuestra marcha. De mi lado, unos cien metros por detrás, oigo los alegres
ladridos de Schnauze y las recomendaciones que le da Marzo para que no deje que
se disperse su sector. Los ladridos deben ser cortos y fuertes, los mordiscos
deben ser suaves pero firmes. Casi me parece oír al viejo Árbol entrenándome a
mí y a mis dos hermanos cuando teníamos esa edad.
A medida que avanzamos,
conforme nos alejamos del mar, la bruma va cediendo y la tormenta nos da algo
de tregua, todo esto hace que nuestra visibilidad mejore y también nuestro
humor. Hacia el Oeste, las grises estribaciones descienden hacia el océano como
una dentadura gigantesca, las enormes moles de piedra se ven borrosas y envueltas
en nubes pero aun así son imponentes. En
nuestro recorrido hacia el Sur, dejaremos atrás el macizo montañoso y nos
iremos adentrando en la isla, subiendo y
bajando colinas a través del valle verde y del bosque de Schlund, donde la
comida y el agua no constituyen un problema, pero donde nos aguardan los lobos.
Estos lobos no son del todo
animales, al menos no como lo somos nosotros, o las ovejas, o las gaviotas que
pescan en los acantilados. Estos lobos lucen como lobos pero en realidad son
parte de la Maquinaria Gänsenhaut, una parte de la Maquinaria que se pervirtió
y se rebeló del programa inicial hace muchos años. Según Árbol, a los lobos no
les gustaba el rol que les habían asignado, no les gustaba que se los usara
como verdugos para restablecer el orden natural del ecosistema, odiaban las órdenes,
que les dijesen cuando podían alimentarse y cuando pasar hambre, entonces se
multiplicaron sin control, formaron clanes y comenzaron a atacar a los
nuestros, a las ovejas, y a todas las criaturas dentro y fuera del protocolo,
sin concesiones.
Durante años, la Maquinaria
libró una guerra contra ellos, enviando pequeñas máquinas cazadoras y diseñando
enfermedades que pudieran afectarlos específicamente
sin dañar al resto de las criaturas. Pero los
lobos sobrevivieron, no todos, pero si algunos, y
se volvieron más duros, más inteligentes, inmunes a
cualquier amenaza. En el presente quedan solo dos clanes de lobos en la
isla, El clan de Caranegra que consta de ocho
miembros adultos, y el Clan de los Fantasmas que consta de siete adultos y
cuatro cachorros. Por suerte para nosotros, estos clanes están también enemistados
entre sí, disputándose permanentemente territorios de caza y gastando una gran
energía que de otro modo nos caería encima. Aun así, es peligroso olvidar que
ambos clanes nos superan en número y que nos odian a muerte.
Se me encoge el corazón al
recordar la muerte del hermano Pájaro en las fauces del mismísimo Caranegra, el sonido de su cuello al partirse y la
expresión de sus ojos al apagarse su chispa vital. Pájaro, a quien yo admiraba
más que a nadie. Luchó con valentía, pero no tuvo ninguna oportunidad. Escapamos
por milagro ese día, heridos y desalentados por la muerte de nuestro hermano.
Nos costó cuatro días reunir de nuevo el rebaño, un rebaño al que le faltaba la
cuarta parte de sus ovejas. Los lobos son maestros en el arte de la emboscada,
a lo largo de nuestros viajes, muchas veces nos han sorprendido con la guardia
baja. En ocasiones, conformándose con llevarse algunas ovejas, en otras,
concentrando toda su furia en nosotros.
Pensar en todo esto me pone de un humor extraño y volátil. Siento deseos de
vengarme, de destrozarlos con mis dientes, desgarrar su carne y beber su
sangre. Pero sé que es una fantasía. Muchas veces hemos luchado contra los lobos, y la realidad es, que sin ayuda de la
Maquinaria y superados en número, enfrentarlos abiertamente
es un acto suicida.
El trabajo me distrae de mis
recuerdos. A través del balido del rebaño y el golpetear de sus patas en
el empedrado, distingo los ladridos de
Árbol pidiéndome que me adelante y haga de guía para que las ovejas giren hacia
el Sureste. Debemos estar llegando a la bifurcación de las tres piedras. Marzo,
que está guiando solo a la cabeza, necesita ayuda, si algunas ovejas escapan
hacia el lado equivocado de la bifurcación, se meterían en un laberinto de roca
y espinillos, una especie de espiral natural lleno de callejones sin salida y
traicioneros pozos a los que Niebla nombró “quiebra-patas”, además, sacarlas de
allí nos llevaría el resto de la jornada.
Me adelanto a la carrera
mientras tiro mordiscos a las ovejas que se separan demasiado del grupo.
Algunas me miran asustadas y corrigen su rumbo
enseguida. Las ovejas son estúpidas, o tienen un lenguaje básico que no es
difícil de entender. Nunca entablamos diálogo directo con ellas, salvo lo justo
para que actúen como esperamos que lo hagan. Hablarles de
igual a igual en vez de utilizar ladridos y mordiscos sería útil, pero también sería considerado deshonroso,
una falta de respeto a nuestra memoria atávica. Mientras me acerco a la
cabecera del rebaño, disfruto del viento renovado que me llega desde el Oeste. Los perfumes
de flores silvestres, hierbas nuevas y tierra fértil me invaden y me aportan calma. Para nosotros, estar más de la mitad del año
junto al Mar, significa que nuestro olfato se impregne de salitre y algas
podridas, un hedor que tapa los aromas más sutiles, que
impide que mantengamos nuestros sentidos afilados y que en definitiva,
nos saca de quicio.
Llego junto a Marzo justo a
tiempo y con fuertes ladridos y dentelladas impedimos que el grupo se bifurque
hacia el pasaje. Poco a poco, mientras las ovejas enfilan hacia el Sur, hacia
el valle que se divisa como un resplandor verde por encima de las lomadas,
Gespenst irá adelantándose por el otro flanco, hasta quedar guiando a la cabeza.
Estos movimientos rotatorios fueron perfeccionados a través del tiempo por las
sucesivas generaciones de pastores. No sabemos quién inventó esta técnica pero
seguramente es anterior al Gran Bismark, lo importante es que funciona. Cuando
el rebaño haya pasado, la rotación nos colocará a Marzo y a mí, en la retaguardia
del grupo, Árbol y Shnauze quedarán a la cabeza, Niebla y Gespenst a la
izquierda y Kreischen a la derecha.
Trotamos hacia el Sur–Sureste
a buen ritmo, la lluvia se ha transformado en llovizna y el cielo luce
revuelto. Niebla lanza ladridos de expectativa y Gespenst le responde con su
vozarrón alegre. Estamos en camino
dicen sus ladridos. Todo va a salir bien.
Después
del mediodía, el tiempo avanza resuelto hacia adelante,
el viento despeja la tormenta y sentimos con gratitud los rayos de un sol tibio
en el lomo. En esta parte del trayecto, la
hierba húmeda comienza a reemplazar a los duros terrenos de esquisto cercanos a
la costa. De aquí en más, mientras nos adentramos en el corazón de la isla, los
prados fértiles se van intercalando con pinares y grupos de hayas de hojas
azules, el follaje se vuelve más denso y apretado también, reduciendo el camino
a un ancho de apenas seis o siete metros, una zona que llamamos “camino de
víbora” y que desemboca, luego de unos diez meilen,
en la última pradera verde y espaciosa donde las ovejas podrán pastar y descansar.
Es en este claro de pastos tiernos donde pasaremos la noche. Más adelante nos
espera el bosque de Schlund, un entramado tan exuberante
y extenso que nos provoca admiración y temor al mismo tiempo. Schlund, con sus árboles
extraordinariamente altos y antiguos, tan enormes que ya se ven en la distancia
como un paredón gris que se confunde con las nubes.
El escolta enviado por la
Maquinaria Gänsenhaut nos espera en el medio del claro. Es una criatura oscura
y elegante, y sentada como está, en posición relajada, no parece más corpulenta
que Árbol, sin embargo, todo en su fisonomía nos dice que se trata de un animal
mucho más poderoso. Nos observa con curiosidad mientras nos acercamos a él y
dejamos que las ovejas se dispersen para pastar a su antojo. Nos sorprende su porte y su mirada fría. Bajo sus
zarpas hay algunas liebres muertas, seguramente un obsequio para nosotros, una
señal de buena voluntad.
Estos rituales son
importantes. Cada primavera, la Maquinaria Gänsenhaut nos envía un escolta
guardián para atravesar el bosque de Schlund.
A veces se trata de alguna criatura viva, a veces no. Este escolta tiene
aspecto animal, pero no pertenece a la familia de los canis. Su pelaje es de un
negro profundo y aterciopelado y sus ojos son dorados como el ámbar. Jamás hemos visto un ser semejante en toda la isla. Instintivamente,
nos quedamos a una distancia prudencial y observamos con recelo como Árbol se
reúne con él.
Nuestro Padre cumple con las
formalidades, se saludan, cruzan pocas palabras y se huelen un momento. Luego,
el guardián nos dirige un rápido vistazo y se aleja a la carrera hacia la
entrada del bosque. Nos reuniremos allí al alba, cuando reanudemos la arriada hacia el Sur. A estos
guardianes, por lo general, no les agrada la compañía y solo están allí para
cumplir con su cometido. Es mejor así,
ya que a mis hermanos y a mí tampoco se nos da muy bien socializar con extraños,
mucho menos cuando se trata de animales que no identificamos a simple vista.
Con respecto a la comida, no tenemos reparos. Estamos hambrientos y nos
arrojamos encima de las liebres tan pronto como el guardián se pierde de vista.
Kreischen y Schnauze comienzan a disputarse una pieza, tironean y gruñen
mientras intentan desgarrar la carne y quedarse con la mayor parte. Cada vez
que Kreischen sacude sus mandíbulas, las patas del pobre Schnauze se despegan
del piso y vuelan cómicamente por el aire. Nos acercamos y formamos una ronda
alrededor del revuelo, alentamos a uno u otro contrincante y causamos alboroto,
por un momento, nos sentimos nuevamente como cachorros jugueteando en los
campos de pastoreo.
Árbol pone fin a la algarabía. Sus ladridos suenan como estampidos. Nos
recuerda la importancia de comportarnos con disciplina y compartir la comida,
pero sobre todo, el peligro que implica bajar la guardia en el linde del
bosque. El centinela enviado por la Maquinaria Gänsenhaut no es garantía y en
el pasado hemos pagado con sangre el exceso de confianza. El viejo Padre nos
mira uno a uno mientras nos dice estas cosas. Parece más preocupado que
enojado. Todos sabemos que tiene razón y sentimos vergüenza por nuestra
estupidez. Incluso Niebla que siempre se mantiene al margen de las travesuras,
acepta su parte de culpa, asiente y baja las orejas. Como castigo por su
comportamiento, Árbol ordena a Kreischen y Schnauze retirarse a vigilar el
rebaño sin probar bocado. Ambos obedecen sin chistar y se marchan de inmediato.
El resto de nosotros compartimos la cena en orden y silencio. No habrá cuentos
de la Era de Bismark esta noche. Por mi parte, no tengo problemas con eso.
Poco a poco la luna
se hace visible, luce como un arco filoso cuya luz no logra impedir que la
oscuridad cierna sus dedos sobre nosotros, es una noche húmeda y fría,
pero al menos no llueve. Luego de la cena, camino junto a Gespenst hacia el
rebaño; uno a uno, ocuparemos nuestros lugares para pasar la noche y cuidar de
las ovejas. Dejo a Gespenst en su sitio y sigo hacia mi lugar en el extremo
sur. Paso junto a Schnauze que está acurrucado junto al lomo peludo de una
oveja y sus ojos brillantes me observan con ansiedad. Siento pena por él. Sé
que la primera arriada es la más difícil, y sé que debe sentir hambre y frío,
pero no se me permite mimarlo como a un cachorro
pequeño. Debe madurar rápido y hacerse fuerte por el bien de la familia. Le
dedico un saludo corto y sigo hasta ocupar mi lugar.
Desde mi puesto, alcanzo a ver
el borde del bosque como una sombra recortada entre las sombras. Pienso que el
guardián debe andar por allí, fundido en
la negrura como una gota de tinta en la brea. Me pregunto qué clase de pensamientos
cruzarán por su mente, en el caso de que tenga una. En otras ocasiones hemos visto guardianes con
aspecto animal y sin embargo, bastaba olfatearlas o verlas moverse para darnos
cuenta de que eran artefactos envueltos en piel,
sin sangre, sin espíritu. Parodias grotescas que la Maquinaria nos enviaba para
ayudarnos en el trecho más peligroso, pero que nos ponían los pelos de punta y nos causaban más recelo que los propios lobos.
Este último guardián no
pertenecía a ese tipo, era un hijo natural de la tierra, pero proveniente de
algún lugar remoto. Lejos de tranquilizarme, pensar en eso me inquieta. Por mi
cabeza se cruzan preguntas que ya me he hecho antes, preguntas que según Árbol,
conviene no formularse. Cansado de mi insistencia, Árbol me ha contado que las
jaurías del pasado apenas tenían inteligencia suficiente para obedecer órdenes
simples, y que en esos tiempos no existían
palabras sino un proto-lenguaje muy básico. Esa forma de comunicación esencial era la perfección y los pastores
vivían y morían en una burbuja de bienestar e
ignorancia. Árbol, me dijo también que nuestro deber es volver a ese
estado primitivo, cercano a la naturaleza, y que por eso, a cada generación se
le enseña menor cantidad de palabras.
Cierro los ojos y le doy
vueltas al asunto, me entristece que nuestra raza elija deliberadamente volver
hacia atrás, ¿acaso no es un deseo contrario a las leyes naturales? Me gustaría
discutir estos temas con Padre pero adivino el resultado: lo encolerizaría y me
ganaría un castigo. En voz muy baja, me repito palabras prohibidas, palabras
que Madre me susurraba cuando era un cachorro, palabras que se suponía, no
debía aprender jamás. Los sonidos rebotan en mi paladar, y sus significados
rebotan en mi mente. Si desaparecen todas las palabras ¿Cómo haremos para
sujetarnos a la realidad? Antes de entrar en un sueño liviano me pregunto si la
Maquinaria Gänsenhaut comprenderá el significado de las palabras tal como lo
hacemos nosotros.
Aparezco en otro
lugar, mi estado de ánimo es sereno. Vadeo sin prisa el cauce de
un arroyo. Schnauze está conmigo, con el hocico pegado al pedregal húmedo, de
tanto en tanto, levanta la cabeza y me mira con ojos brillantes y alegres. Es
un día lleno de luz, de aromas nuevos y estimulantes y pareciera que hay un
millón de cosas por descubrir. Cardúmenes de peces plateados se arremolinan en
las aguas poco profundas junto a la orilla, y el sol dibuja chispazos en sus siluetas.
Del otro lado del arroyo hay una serie de lomadas desparejas donde unos cerezos
de troncos negros se asoman sobre el agua. Es otoño. Apenas pasado el mediodía.
Una repentina brisa arroja sobre la corriente una lluvia de pétalos blancos que
son arrastrados hacia el corazón del bosque como una pequeña flota de navíos.
Schnauze, lejos de apreciar la singular belleza del entorno, se aferra a un
nuevo rastro con ansiedad, sus movimientos se vuelven frenéticos y veo cómo se
erizan los pelos de su lomo. Su ladrido corto me arranca de mi pereza y contagia electricidad a mi sistema nervioso.
¡Un ciervo!
Mi hermano menor sale
disparado como una flecha y yo lo sigo a toda velocidad con una sonrisa de oreja
a oreja. Descendemos por la suave pendiente de la colina, por un pinar abierto
y sembrado de helechos que crecen por encima de nuestras cabezas. Debemos ser
rápidos pero también tener cuidado ya que el camino está lleno de troncos
caídos y de piedras cubiertas de líquenes, afiladas como cuchillos.
Ahora yo también percibo el
rastro, es un olor intenso, de animal joven, un macho recio y fuerte. Debo
advertirle a Schnauze que no se fie demasiado, los cuernos de un ciervo pueden
ser mortales si se comete la torpeza de acorralarlo.
Schnauze es un borrón negro y
escurridizo unos metros más adelante. Mientras lo persigo por el follaje verde
y luminoso, casi surreal, me asalta una idea que me causa perplejidad. La
confusión crece cuando caigo en la cuenta de que estamos persiguiendo a un
animal que jamás hemos visto en la isla y que sólo conocemos por las historias
que nos contaba Padre. Ni siquiera sabemos que aspecto puede tener un ciervo,
entonces, ¿cómo es posible que estemos persiguiendo a uno?
“Algunos juegos son mentiras
de la mente” me dice la voz de Madre, pero
ya mi temor está creciendo por encima de sus palabras.
Un bramido retumba en el
bosque y luego se oye un alarido, la voz de
Schnauze convertida en un grito de dolor. Mi sangre se hiela.
Sin embargo, el miedo no me paraliza, mi cuerpo se pone en movimiento sin que mis pensamientos interfieran, fluye como un
líquido en dirección hacia el sonido, todo lo que importa ahora es Schnauze. Y
eso es lo que me repito mientras lo busco. En ese frenesí, soy todo músculos y
tendones, esquivando, contorsionándome, cobrando impulso para correr más y más
rápido.
Y entonces lo veo.
Erguida en medio de un brezal,
una bestia aterradora me clava la mirada. Bajo una de
sus patas está mi hermano. Su cabeza desprendida del tronco expulsa
sangre a borbotones y el cuerpo, pequeño y vulnerado, tiembla entre estertores.
El monstruo me enseña los dientes, la cabeza coronada de cuernos y los ojos
amarillos y malignos. En medio de mi espanto sé que he visto esos ojos antes.
Son los mismos ojos del guardián.
Marzo me despierta con un
ladrido de alarma, y antes de poder comprender lo que sucede, me veo arrastrado
por el caos. Las ovejas corren fuera de control hacia el sendero, algunas están
lastimadas y el olor a sangre flota en el aire.
Por puro instinto, Marzo y yo comenzamos a morder y ladrar con
la intención de ordenar las filas. Pero el terror que las invade es una fuerza
incontenible y nos perdemos con ellas en el interior del bosque. Con el corazón
desbocado, miro en todas direcciones y agudizo el oído. Oigo los ladridos de
todos mis hermanos, pero no los de Schnauze ni los de Padre. Los lobos nos deben haber empujado desde
atrás, desde el claro hacia el sur, a sabiendas de que no hay vuelta atrás una
vez que nos arrastren hacia adentro, por la boca del embudo que conforma la
entrada. Una vez en la espesura, con las ovejas encabritadas y perdidas,
seremos presa fácil, nos irán cazando de a uno, hasta que no representemos mayor
peligro que una simple liebre.
Estas ideas cruzan mi cabeza
en pocos segundos, pero no logro entender como nos han emboscado desde atrás.
Resulta imposible que no los hayamos visto, olfateado o presentido. Con Marzo a
mi derecha, nos abrimos paso hacia adelante, en dirección a la oscura abertura del camino principal. Mientras las ovejas
chillan, se chocan entre sí o se enredan en los pastizales, nosotros logramos
avanzar y superarlas. Más adelante, en medio de la oscuridad, oímos los
ladridos de Kreischen y corremos a su encuentro.
¡El guardián se ha llevado a
Schnauze hacia el interior del Schlund! Nos dice con sus ojos muy abiertos. Y agrega. Padre ha ido tras ellos.
Sin perder un segundo corremos
juntos por el bosque. Los tres somos el mismo espíritu. No hay tiempo para la
confusión o la duda. Donde no funciona la vista lo hace el olfato. Intento
anular el horror de mi reciente sueño, pero la semejanza es demasiado concreta.
Ahora las ovejas han quedado
atrás y apenas oímos sus balidos. Confiamos en que nuestros hermanos restantes
establezcan el orden. El terreno húmedo cede bajo nuestras patas pero pronto
llegamos a la zona de la vieja cascada donde el suelo es más duro. Allí hay una
colina de piedra con escalones de fácil acceso, y del otro lado, el camino se
abre entre abetos y moras.
Antes de llegar a la parte
alta de la cascada, una silueta gris se
interpone en el camino. Sus ojos son rojos y
espectrales. Es uno de los lobos más viejos, el hermano de Caranegra. Con infinito desprecio, me muestra una dentadura ensangrentada.
Detrás de él, un bulto pequeño y familiar yace inmóvil.
Mi corazón arde como el fuego. Sin dejar de correr nos lanzamos hacia el lobo en un solo rugido. Chocamos, nos entrelazamos, mis
colmillos encuentran su carne y ya no lo suelto. La expresión final de mi
hermano Pájaro, parpadea en mi mente por un instante. Un lanzazo ardiente en un
costado me arranca un gruñido. El olor de la sangre, mi propia sangre, mezclada
con la de todos, me embriaga. La pelea se convierte
en un revoltijo encarnizado. De pronto, el guardián
nos ataca, y allí están los otros lobos, caen
sobre nosotros convertidos en un millón de zarpas
y colmillos. Caranegra aúlla satisfecho a unos metros, sobre la piedra alta. Luchamos
con ferocidad, con una rabia inusitada, luchamos como
si fuésemos una jauría, pero nos superan en
número. Malherido por nuestro ataque, el hermano
de Caranegra exhala su último aliento, pero comprendemos
que ha sido una pieza sacrificable. En el fragor del combate comenzamos a notar el desgaste y en cambio, el
Centinela, el traidor, es como una nube de muerte. Posee unas zarpas
antinaturales. Veo como derrota a Marzo en un instante, destrozándolo. Kreischen ha dejado de moverse
y varios lobos tironean de ella como si fuera un trapo
viejo. Cuando se percatan de que ya no
representa peligro, las dentelladas arrecian sobre mí. Me inmovilizan, lacerando mi carne, desgarrando y
vapuléandome, pero aun así, continúo resistiendo. Antes de perderme en
las tinieblas, siento el vacío bajo las patas, un ligero vértigo. Mi cuerpo cae
desde lo alto de la cascada. Golpeo el agua
helada y lucho por encontrar asidero, pero estoy
exhausto y mis patas no me obedecen. La corriente me arrastra y ante cada débil
latido, me alejo más y más de mi propio ser. De pronto no hay miedo, ni odio,
ni dolor. Solo quietud.
En un tiempo sin textura. Reúno
fragmentos que pertenecen ya a otra vida. El Centinela devora parte de mi cuerpo a un
costado del arroyo. Lo hace de manera casi ceremonial.
Poco después, arrastra mis restos por el sendero
de Schlund en dirección al Sur y los lobos lo dejan
hacer.
Han pasado muchos
días. Abro los ojos en un recinto
que no logro entender. Ningún elemento de la isla está aquí presente. La
artificialidad y la ausencia de verde es dolorosa para la vista. Aquí las
superficies son planas y extensas, meticulosas y enquistadas en una tecnología
horrible. Un no-color idéntico y repetitivo empobrece todos los rincones y los
pocos objetos que se mueven son como pequeñas pesadillas. Unas patas
articuladas me han reconstruido sin pausa, mientras entraba y salía de un sueño
envenenado. Ahora puedo moverme y no siento dolor, pero ya no soy el mismo. Me han dado instrucciones muy precisas y aunque las
aborrezco, están grabadas debajo de mi piel. Muy cerca, en un espacio confinado,
otros seres están siendo reformulados, mejorados, separados de la naturaleza
para siempre, al igual que yo. A pocos metros, en la pared
metálica hay un boquete que me permite mirar hacia el exterior. La equivocación continúa también allá afuera, lo invade
todo, se incorpora al paisaje como una enfermedad. El mar está ahí, pero de
este lado de la isla ya no se parece al Mar. No se parece
a nada.
No encuentro palabras para la
desolación.
En el resplandor blanco, las
ruedas gigantes de la fábrica arrojan toneladas de lana sobre la marea, donde
unos barcos abandonados se pudren desde hace siglos.
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