La intemperie desnuda a los amantes,
para ellos el alba y el ocaso
son el mismo pulso sostenido
un marco fundido en las veredas
un reloj que divide los encuentros.

Para los amantes el tiempo y la nostalgia
son una melaza extraña, fugitiva,
donde todo se convierte en beso,
en territorios incendiados,
o caminos como órbitas astrales.

La piel es la presencia,
la ausencia, un silencio atroz
donde tu voz carece de tu boca.

A veces el lapso de los días
es un segundo oscuro iluminado
por resplandores de tormenta.
En esos mares turbios,
las almas se hunden abrazadas
y lloran promesas como anclas
que tal vez, dijesen quizás
por siempre,
y eternamente...
Palabras como alas.

Los amantes festejan las tinieblas,
son hijos trágicos de dioses vagabundos,
sirenas, faunos y suicidas,
allá donde se escondan
habrá entre ellos profusión de llanto,
abrazos, perdones, manotazos,
y leves variaciones del consuelo.

Sueñan los amantes con muertes y suspiros
ecos de los ecos del pasado,
el placer y la pena, entremezclados.
Aunque apoyen la cabeza en una piedra
florecerán mandrágoras, violetas,
y otras tantas no me olvides.
( no me olvides mi Amor, nunca me olvides)

En ese enorme dolor desgarrador
del abandono,
anidarán también otras sonrisas,
del pecho, de la herida, colibríes,
y en nombre de lo justo y lo sensato,
se afilarán más cuchillos que en la guerra.

Para los amantes,
todo es alcanzable y a su vez,
cada uno sucumbe al espejismo
de su otro, su mitad inabarcable.

A veces la belleza se resbala
por el hueco de su ombligo.
Los ojos entrenados para ver
los lejanos contornos del misterio,
un laberinto de huellas dactilares,
donde perderse o encontrarse
da lo mismo.