Si se muere un caballo en mi cabeza
un caballo-niño,
espástico y lloroso
espástico y lloroso
como un charco inenarrable violado por el sol,
que alumbre su espinaso ante el enjambre
de ángeles y moscas.
Vendrán a mi llamado los insectos,
y muñequitas de opio
que quitarán el hollín de las ventanas,
las telarañas de mis ojos,
y curvarán mis comisuras,
haciéndome llover.
Más tarde vomitaré rojas orquídeas
sobre el mantel del desayuno,
mi proyecto frustrado de la bestia
vendrá en puntillas por la espalda
a robarse mis dientes de leche.
Máscara y caballo serán el mismo barco,
en el amago virulento de moverme
imitará mi sombra el viento de los ríos,
nadando hacia la orilla, levemente.
Si se muere un caballo en mi cabeza,
en esta piedra grabada en otro idioma
ofrendará sus intestinos en mis manos
para que pueda describirlo con justicia.
Manso caballo del silencio,
rehén de los festines,
de los crepúsculos violetas y salvajes
y poemas mandados a la horca.
Hijo predilecto
de las horas quietas a la vera
de las calles de tinta y horizonte
postrado para siempre en un cajón.
Toda cosa comida de alimañas
toda cosa de cuero y laberinto
como el punto final de los galopes
de una larga sintaxis de caminos.
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