
Ya no juega no contempla,
no sonríe,
su tren partió hace tiempo.
No se pregunta por qué
alcanza las estrellas y las deja
sumergirse en su plexo
como espinas extraviadas.
No busca el refugio articulado
permite que el silencio
se haga cargo.
Su voz es la mirada,
es el sonido del mar a medianoche
y un barco solitario.
Ni siquiera es víctima
de lo inevitable.
Un puño cerrado que golpea
el aire viciado de la tarde
no puede disipar los fantasmas
que ultrajaron sus recuerdos.
Su copa está cargada
de presagios infalibles.
Y cierra todas las ventanas
y no le escribe a nadie,
nada.
Dulcemente oprime el gatillo.
(Caballos de fuego lo atraviezan todo)
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